Acoge en ti mi oscuro desamparo,
la lobreguez extrema que me habita,
y enciéndeme en la noche la bendita
linterna de tu faz, igual que un faro.
El carbón de mi sangre ponlo claro,
acude a la llamada que te invita
y, desde tu bitácora infinita,
recuerda en este mundo a tu hijo caro.
A conmover tu túmulo me atrevo.
Muéstrate generoso de rocío
mientras oyes las preces que te
elevo.
No hurtes tus calores a mi frío,
toma el cáliz de hieles que me
bebo
y perdona mis deudas, padre mío.