"Pero mi rostro no podrás verlo; porque
no puede verme el hombre y seguir viviendo...".
Éxodo 33, 20.
El sumo bien no puede contemplarse
sin que la vida empiece a diluirse,
como si el pago en fin fuera morirse
y el premio del osado libertarse.
La más alta belleza, al encararse,
es un acero con que malherirse,
una tortura en la que consumirse
lleva luego al rigor de aniquilarse.
Tapar el rostro pues, dejar la espada
a cubierto en su vaina, por sensato
consejo tomo de prudente activo.
Sin embargo, mi estrella afortunada
me permite, al gustar tu dulce trato,
sentir el cielo y mantenerme vivo.
"Aquel cuyo nombre está escrito en el agua". Epitafio en la tumba de John Keats.
martes, 18 de diciembre de 2012
sábado, 8 de diciembre de 2012
ESCRITO PARA ROMÁNTICOS
Se puede llorar sobre una carta.
O ingresar al alma
en blancas unidades de quemados
tan sólo por la rozadura de unos ojos.
Y más de un día desear morir.
Hay algo
que las autoridades sanitarias,
tan solícitas con nuestro bienestar,
no han advertido aún.
Algo potencialmente más nocivo
que todos los narcóticos
y grasas de la tierra.
Llaga que profundiza despacio,
como si nos cavaran
oscuros azadones.
Música con sordina
que gotea
desde los atriles de la aurora
hasta la pisoteada tarima
de cada anochecer.
No he leído
que pensar y sentir en exceso
perjudique a la salud.
Aunque con estos pájaros
de la ingeniería social
cualquiera sabe.
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