"Aquel cuyo nombre está escrito en el agua". Epitafio en la tumba de John Keats.
lunes, 10 de agosto de 2015
C Á D I Z
Tus habitantes, como las muchedumbres
de tantas otras ciudades de Occidente,
viven instalados en lo efímero
y en lo trivial.
Durmientes, desconocen
los peces color luna
que saltan en el atardecer
sobre las aguas de sangre,
el misterio que las gaviotas
desde siempre sugieren en el golfo.
Pero, a través de tus calles, en los rincones
llenos de sal de tus torres vigía,
yo he buscado tu alma.
En la penumbra fresca de la Catedral,
los pilares, como verticales veneros,
ascendían a la cúpula
suspendida en su lago de quietud
y silencio.
Luego, la fachada de San Felipe
recordaba que en ti,
los españoles de tres mundos
se proclamaron libres
e hijos por igual de aquella patria
que no era propiedad de una familia,
por más que detentase la corona.
Al regresar y surcar tu bahía,
en las olas temblaba
el vaivén de tu rostro milenario,
mientras que los bañistas se apretaban
bajo las multicolores tortugas
de los parasoles.
Y ahora que, tierra adentro,
revives en mis versos,
siento que nada es como ayer
y que, no obstante,
acaso todo siga siendo lo mismo.
Porque pretendo detener tu memoria,
pero, igual que las arenas
de una cala,
tu recuerdo se escurre sin cesar de mis manos.
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