"Aquel cuyo nombre está escrito en el agua". Epitafio en la tumba de John Keats.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
S U E Ñ O
Del sendero al inicio desnudo,
en las hojas su beso de plata,
descendiendo en el rayo de luna
se abría tu escala.
Depurada a sí misma, ligera,
diagonal como vuelo de garza,
sin su lastre de barro en las plumas
sentía mi alma.
Alto mar de atolones de dicha
semejaba la noche estrellada...
Al andar, mis pisadas de hombre
cual nubes flotaban.
Con los sueltos cabellos sedosos
y ceñida en tu túnica blanca,
la sonrisa y la mano dispuestas,
allí me aguardabas.
Yo, juntando mis labios ardientes
a tu rostro de luz y de nácar,
en la rosa inmortal de tu aliento
bebía tu savia...
¡Cómo duele volver a la vida,
despertar en un lecho de lágrimas!
¡Y esperar otra noche, otro sueño,
mi amor que te traiga!
martes, 3 de noviembre de 2015
UN SEPELIO EN LA ALDEA
De la espadaña secular bajaba,
cual goterón sonoro,
el enlutado toque de difuntos,
solemne y melancólico.
Daba el calor sobre los cien tejados
uñadas de bochorno
y un viento, fugitivo, murmuraba
al peinar los rastrojos.
El sacerdote, adusto y rutinario,
terminó su responso.
Al fúnebre cortejo despedían
cirios, santos, hisopos.
El camino que lleva al cementerio,
cierto a la par que ignoto,
entre cipreses sin edad dejaba
los pésames lacónicos.
Un descuidado infante se asomaba
al desconchado foso,
como queriendo desvelar enigmas
en un oscuro ojo.
Las hormigas, ajenas, construían
un sendero ciclópeo.
Y algunos gorriones gorjeaban
con vano soliloquio.
Bajo las manecillas de las nubes
pasaba el mundo todo:
indiferente, elemental, manido,
espéculo irrisorio.
En tanto al ataúd, que nos recuerda
que morir es lo propio,
las paladas de tierra lo cubrían
con rumor ominoso...
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